martes, 7 de septiembre de 2010

Cabana entre los años cincuenta y setenta

Con frecuencia cierro los ojos para bucear en mis recuerdos, sentado en un sillón con el mentón apoyado en mi mano, suelo viajar sin límite, disfrutando de los buenos momentos vividos, recordando anécdotas y amigos con quienes compartí, situaciones, enriquecidas como el vino, por el paso del tiempo.


Sin duda, algunas sonrisas esbozo, al mezclarme imaginariamente en aquellos pasajes muy especiales encontrados.

En mi deseo de trascender, quiero compartir este, mi tesoro con los míos, y con aquellos que compartí, también mostrar que este viejo canoso, guarda en su memoria aún aquel chico soñador de siempre.





Recuerdos de Cabana



Comenzando los años cincuenta, Nuestra familia solía pasar los veranos en Cabana, un típico pueblito de las sierras de Córdoba, al que se arriba partiendo desde Unquillo al noroeste unos cinco kilómetros, este lugar era visitado por otras familias, con las que hicimos una estrecha amistad, aún recuerdo anécdotas y nombres, los que quedaron fijados en mí, de forma imborrable, Los Yaryora, Los Fasola, Los Rios Gomez, Los Perazolo, los Spelding y Nosotros Los Leone, compartíamos pasajes y situaciones que trataré de narrar.



Trescientos metros, pasando Bonelli sobre la derecha estaba el predio de Berta Loza, justo antes de la curva La Herradura, donde se rodeaba el almacén de Don Moreno; en lo de Berta, en invierno, funcionaba la escuela hasta segundo ó tercer grado, y en verano alquilaban las piezas para algunos conocidos veraneantes. El patio estaba sombreado por un gran aguaribay, y en medio rodeado por una corona de piedras se erguía el mástil de la bandera, allí, por las noches se armaban reuniones y buenas guitarreadas.



En predio de Berta, se construyó una casa pequeña de dos plantas, ¡La Casa de Alto! Cosa extraña si las hay, atípica para la zona, donde se alojaba nuestra familia.

Lo raro de esta casa gemela de otra hecha en Unquillo, es que sobre el techo tenía un tanque de agua abierto como si fuese una pileta, a la que se llegaba por medio de una escalara de hierros empotrados en la pared exterior.

Ciertamente en esta extraña casa de techos bajos y pequeñas ventanas, que en la planta baja estaba el comedor cocina y baño, y arriba los dormitorios, el calor durante la noche era insoportable, pero entre espirales chistes y almohadonzazos nos divertíamos bastante.



También había una construcción en la barranca que da al arroyo, donde el hermano de Berta puso un almacén, con las cosas más inmediatas ya que en lo de Moreno solo se conseguía vino y yerba y algunos huevos.

Recuerdo una vez, al lado de esta casita, estuvo de visita, Don Antonio Tormo, amigo de Berta, se armó una reunión en la que cantó unos valses criollos.





Sabores y perfumes que no puedo olvidar, el gusto a la leche recién ordeñada que Berta nos daba. El balar de los terneros nos levantaba y con lagañas en los ojos corríamos jarro en mano a tomar leche y esos mates con perfume y sabor a peperina que mi vieja nos daba. Mate con leche y mate cocido, pan casero recién horneado, mermelada de frutas, todo un capital para los sentidos, que riqueza! Que lujo.!



Para los tiempos de lluvia, se generaba un arroyo temporal, su cause bajaba por el cerro a la altura del almacén de Don Moreno y desembocada sobre el arroyo por el costado de la hostería. Este mantenía buen caudal durante varios días. En esta zona se construyeron varios aljibes, comenzando en lo de Moreno dos en Berta, al lado del tambo y en la bajada al río, otro en Mendizábal, el siguiente en la casa que alquilábamos y el último en lo de Doña Mecha. Esta zona del valle tiene las con mayores posibilidades de agua.





Cabana tenía todo, hasta teléfono,..claro! desde la casa de Berta, subiendo por una escalera de madera apoyada a la ventana, pasábamos a la casa de Agusti, “Mi Refugio” sus cuidadores eventualmente dejaban hacer algunas llamadas de importancia; después de alguna vueltas a la manija al teléfono, contestaba la operadora de Unquillo a quién se le debía solicitar la llamada. Después de un rato, entre mates y charlas con Berta, los caseros avisaban que la llamada estaba pronta…… Todo un tema para la época!



Por aquellos años Guido Buffo, conoció a la esposa del Dr. Fasola, una mujer muy hermosa, a la que pidió que posara para pintar sus manos en los muros capilla, que por aquel tiempo construía, en honor a su esposa Leonor Allende y su hija Eleonora, en Villa Leonor, de los Quebrachitos. Según los relatos de mis padres esto se realizó en una expresión en la que tomaba una pompa de jabón entre las manos. Considero importante destacar, que aunque hoy existan otras interpretaciones de este fresco, las explicaciones de entonces decían que representaba la vida, que al igual que la burbuja cuando la quieres tomar, se va, como la vida misma.

Quizá esto esté avalado por los dolorosos desenlaces que tuvo con sus seres queridos.



Recuerdo la figura de Buffo, con su sombrero alado pasar en el sulky, en varias oportunidades visité su capilla con los péndulos en movimiento, dos cerca de la puerta y uno al centro; inolvidable su escritorio en el tronco trunco, perfectamente ordenado con sus lápices uno al lado del otro y una limpieza espectacular. A Villa Leonor se accedía desde el camino por el pórtico de piedras, un portón enrejado de madera, un sendero ancho serpenteado, bordeado de grandes árboles, atravesaba el arroyo, más allá las escalinatas a la capilla, que estaban rodeadas de grandes Pitas, las que le daban un marco de misterio adicional.

Hoy este acceso fue modificado por quienes compraron los terrenos heredados por la hermana de Guido Buffo, modificaron el histórico paso sin respetar la servidumbre de paso que ese patrimonio cultural ostentaba desde las primeras décadas del siglo pasado. Una mísera franja de terreno de unos diez metros, fueron motivo para empujar el acceso a una zona limítrofe de difícil ingreso debiendo pasar los visitantes por el cause natural del arroyo. Insto a las autoridades pertinentes a ejercer la defensa de lo expuesto.



Retomando el hilo, recuerdo los viajes a Cabana, estos eran toda una aventura, llegábamos en colectivo, y a veces en coche-motor, la estación de Unquillo que estaba al comienzo del pueblo, al final de los Cigarrales, desde allí continuábamos en taxi, sulky en un pequeño colectivo local, que funcionaba, de vez en cuando.



Realmente, había que tener ganas, con los catres de campaña a cuestas, alguna reposera, valijas con ropa y mercaderías, se aprestaban a pasar unos días de campo, algunos de estos trastos quedaban para visitas futuras.

En algunas oportunidades veníamos con el Dr. Fasola, en su auto, tenía un Chevrolet de los años cuarenta, donde más apretados que perejil en maceta, llegábamos mucho más rápido.

En una oportunidad en que la esposa de Fasola, manejaba el auto mientras discutía con su marido, cosa bastante habitual al llegar a Villa Allende antes del Golf había un cruce de vías, lo cierto es que ensimismada en la pelea no percibió que el coche motor se acercaba, al darse cuenta, dio un golpe de volante y aceleró para pasar; entre la bocina del tren y los gritos nuestros, pasamos por delante milagrosamente. Pocos metros después hubo un cambio de piloto y en un silencio de tumba llegamos a Córdoba,



El entusiasmo por Cabana no se perdió, el grupo se agrandaba y fue necesario conseguir otra casa más grande, afortunadamente, allí nomás a pocos metros pasando la casa de los Mendizábal había dos casitas con paredes de adobe que pertenecían a Doña Mecha y Don Pepe, viejos referentes de la zona al igual que Berta. En una de esas había funcionado un almacén tiempo atrás, No tardaron en combinar para alquilar justo esa por todo el año, solo que en los febreros tenía la promesa dada a los Perazolo, cosa que se arreglo al momento, los Leone tomaban todo el año menos febrero. Como era la cosa de sencilla en aquellos tiempos, la casa se amueblo con trastos de ambas familias, y compartíamos todo sin diferencia alguna, tal es así, que esta amistad circunstancial entre familias duró para siempre, abriendo nuevos lazos con los primos del cariño Graciela y Alejandro.

Humberto el papá, era muy parecido a Eduardo Falu, solo le faltaba la guitarra; tenía un negocio en el Pasaje Central, esos que parecían una pecera, ubicados al centro, de la galería, imposible transitarla sin pararse a conversar, Luisa, mantenía una muy buena relación con mi vieja, cuando ya creciditos hacíamos reuniones en su casa de Barrio Maipú; Viejos piolísimos nos bancaban la música y los despelotes como el mejor.



Por la acción compulsiva de un amigo José Spelding, los viejos compraron un auto, mejor dicho lo compró El directamente, (después me devuelve el dinero, para que somos amigos, don César!) un Hudson Terraplane del 35, volante a la derecha, pavada de nombre para aquel flaco auto de dos puertas. La cosa se organizó mejor, mientras el viejo aprendía a manejar por el camino viejo de las canteras, con Spelding, la vieja organizaba la tropa, crecida ya para esos tiempos.

Primos y amigos ya eran clientes fijos para los veraneos, Los Fracchia, Eduardo, Adriana, y posteriormente Yolanda, Las D´Elia, Cristina, Susana y Mirta, Los Vaschetto, Eduardo, Alba y Mamina, Adela Buttarelli del almacén del Barrio inolvidable Don Silvio y Doña Ada, Adriana Pelusa y Alejandro Martínez, Tatin Lima, El Indio y la Tía Teresita y tantos otros sumados, la tía Cesarina, Mario y Noemí Poggio, La tía Nina, Albertina, La Antonia Auto, Los Rodríguez, Los Martí, el Minino D´Elia, Los Núñez y el Abuelo Felipe. Entre amigos, noviecitas, galanes, y otras yerbas, pasaron tantos por la casa de Doña Mecha, que sería interminable nombrar.



Solemos darle un nombre particular a las cosas que apreciamos, el caso que al Hudson Terraplane, El Leone le llamaba” El Racer” el pobre motor seis cilindros quemaba aceite a lo loco, los aros debían estar muy gastados, pero plantear una reparación, era imposible, las finanzas no resistían tal análisis, por lo que el viejo compraba aceite usado para agregarle; El Racer seguía fumigando y empastando las bujías.

El Leone, Contador de profesión, de mecánica no sabía nada, pero era muy ordenado, se había comprado un juego de bujías J-14-Y adicional y cada semana las cambiaba, metía las anteriores en Creolina para remojar el carbón pegado y el sábado con una hojita de sierra afilada las limpiaba.

Sin conocimientos de mecánica pero inteligente, anotaba todo lo que desarmaba.

Una vez en Cabana se le ocurrió profundizar en la limpieza donde entraba todo carburador, bujías, cables, platinos y otras yerbas. Ese día se sumaron algunos visitantes voluntariosos al trabajo, pero como dice el dicho No hay peor cosa que un boludo voluntarioso, en este caso se cumplió, alguien sacó el distribuidor sin marcar su posición, ni el orden de los cables. Que quilombo que se armó, eran las nueve de la noche y todavía seguían probando, las llamas aparecían por el carburador como escapes de ametralladora, el viejo puteaba y repetía distintos ordenes de encendido, debe ser uno cinco tres seis dos cuatro, ó uno tres y no se cuantas combinaciones más. En un momento dijo, ya sé!, puso tapones de papel en lugar de las bujías y girando con la manija al motor fueron observando como saltaban los tapones uno a uno, encontrando de esa forma el orden de encendido, Ya está dijo, ahora solo falta ubicar el distribuidor, tenemos trece posibilidades del engranaje, hagámosla una a una. Así enseguida arrancó El Racer y pudimos volver a Córdoba, El Leone era muy meticuloso y ordenado.

El auto al viajo le cambió la vida, pasaron a ser una sola cosa, se sentía flotar en el aire, su mayor alegría era ir con Nosotros a Cabana, ya en la ruta ponía la tercera, la mano sobre la pierna de la vieja y estaba todo dicho.



*Eduardo L.:

Ocurrió en la casa de alto en lo de Berta, una noche el Leone prendía fuego y se quemó con las brasas de una rama encendida, para librarse de ella sacudió las manos hacia abajo con fuerza y sin darse cuenta perdió el anillo de casamiento, lo buscó sin lograr ubicarlo; al día siguiente se paró en el mismo lugar haciendo el mismo movimiento de la noche anterior, siguió con la mano la línea del recorrido y encontró el anillo en el piso, increíble, me acuerdo como si fuese ayer.



Voluntad inquebrantable tenían mis viejos, llevarse a vacacionar semejante grupo de críos, amén de recibir la visita de los respectivos padres los fines de semana, toda una revolución. Impensable para hoy.



Mi viejo era un tipo cariñoso, ameno en la conversación, amigo nuestro y de nuestros amigos, con El podías tratar cualquier tema, y de aquellas cosas muy extrañas, se informaba y luego de algunos días te llamaba y te aclaraba la duda; tenía mejor filling con nuestras novias que mi vieja; afectuosamente le llamábamos Papá, Viejo, Leone, Contador y también El César. Aún siento la magia y el calor de aquellos abrazos de segundos interminables que nos dábamos, y en vos baja te decía, Pichon, por decirte hijo querido, en todos los idiomas.

Aquellos abrazos de corazones enfrentados y orejas pegadas, marcaron a fuego nuestra forma de decirnos ¡Te Quiero!

Era común que estos italianos putearan cuando se enojaban, incluido mi abuelo Felipe, que en los momentos de explosión, se acordaba de La Virgen y de todos los santos; Mi viejo en cambio tenía un dicho diferente que apaciguaba la ira del momento, Su frase era Santo Dios de los Porotos, en varios tonos.

La mía es, ¡Diosa del desnudo! …me parece más sexi.



Mi Mamá no se quedaba atrás, nacida con vocación de Clueca, sumaba pollos por todo el barrio, primos y amigos formaban la gran colonia, generosa y cariñosa como ninguna, tenía siempre momentos divertidos, se disfrazaba nos hacía muecas alucinantes y cantaba, siempre con espíritu muy jovial, no se escapaba de recibir también varios apodos, La Vieja, La Mamá, La Nélida, La Flora y también para completar Flora y Fauna por similitud con la naturaleza.

Aún ya grandes, nos sentábamos en su regazo a buscar cariño mientras nos decía; Estos locos me van a quebrar.



En los diciembres ya sentíamos cosquillas en la panza, del entusiasmo por preparar las cosas para Cabana, mallas pantalones cortos, vaqueros Topeca, sombrero, zapatillas y cañas de pesca, mientras que los padres alistaban una caja de mercaderías para aportar al consumo, dulces, harina, lentejas, azúcar, yerba, porotos y varias cosas más; con todo este capital, nos aprestábamos a viajar por cual quier medio, para sumarnos al grupo.



*Eduardo L.: algunas veces en el camión del Sr. Siraveña, transportista de la Bodega Esmeralda, desde la casa de Pedro Goyena y también desde la de Duarte Quiroz hacíamos una verdaderas mudanzas, llevando algunos muebles, reposeras, baúles, frazadas y todo lo necesario para pasar el verano en Cabana.



Atrás quedaban los no quiero, no me gusta, yo quiero la pata ó el muslo, sorprendente era ver como nos amoldábamos a comer guiso de lentejas, porotos, humita, polenta y otras desacostumbradas comidas para la ciudad, pero comías ó comías, no había otra.



En la mesa tomábamos Refres-Cola diluida con soda, ó agua gasificada…..si tal cuál, esto se preparaba en un litro de agua al que se le agregaban los polvos de Vischy en sobre, primero el A y luego el B, que en un instante se transformaba en agua gasificada.



Había chisporroteo entre los chicos de vez en cuando, varones y mujeres ó con alguno en particular, *Eduardo F.: recuerda una anécdota, cuando Adela explotó en llanto, no era para menos, estábamos comiendo el dulce de leche y el fiambre que su mamá le había enviado en la mercadería de apoyo; ciertamente todo se compartía, que problema tenía la Tía Nélida, con todos los críos.



Cada cosa tenía una regla, traer agua del aljibe, dejar la palangana limpia después de usarla, acomodar el peine, cerrar la fiambrera, colgar las mallas mojadas al volver del arroyo; falta grave era dejarlas tiradas en el piso de la pieza ó en el baño.

También las siestas, eran todo un rito, después de comer, nos acostábamos al menos una hora, hasta que la vieja nos autorizaba ir al río, con el tiempo los más grandes podían quedarse en la galería pero sin hacer ruido.



Algunos avances tecnológicos se le habían incorporado al rancho, teníamos una cortina de juncos como puerta del baño, la que podía subir y bajar con solo tirar de la cuerda que la enrollada, una piedra atada en la punta la mantenía en equilibrio; igual ocurría con el espejo, por haber un grupo tan variado, este también tenía el sistema de contrapeso, adaptándose a cualquier altura.



Todos estos arreglos camperos los hacía el Leone, limpiaba y llenaba los Sol de Noche, hacía los baldes para traer agua, y con cajones viejos, clavos y alambre fino arreglaba todos los enceres de la casa.



Las tareas estaban bien definidas, los varones traían el agua del aljibe dejando una reserva de dos tachos llenos cerca de la cocina, por supuesto que tapados, también debíamos ir a la hostería a recargar los sifones de soda y hacíamos nuestras camas, las mujeres en tanto barrían las habitaciones, hacían sus camas, y las más grandes, ayudaban en la cocina, una vez a la semana en la batea de doña Mecha se hacía pan.





La compra de verduras y carne en la carnicería cerca de la villa, era tarea dividida, algunos con tal de no traer agua ó hacer la cama se ofrecían para esta tarea.



Recuerdo que, preparando algo para la cena, Adriana se hizo un corte con el cuchillo fiambrero grande en la mano, la cosa debió se un tanto grave, ya que el leone la llevó a Córdoba con el Racer.



Cosas inolvidables, las guitarreadas, fumar de palitos de peperina, las caminatas a Unquillo, Los Quebrachitos, subir al cerro de la cruz, las mateadas junto al arroyo, juntar peperina, pescar con botella, limpiarlos pescados pasarlos por harina y fritarlos, ….que panzadas nos dábamos!. Toda una aventura, para aquel grupo de chicos, que inconcientes transitaban las primeras experiencias de sus vidas.



Las caminatas por el arroyo, las piletitas de piedras amontonadas que hacíamos para bañarnos, el ariete de Agusti, con su música de golpes que desde lejos se oía, los perales, la casita de piedra, la pileta de Bello, las avellanas que cosechábamos en las ramas que daban al arroyo, las tacuaras y lo de Pastrone, en donde comprábamos verduras a los caseros. Todo está celosamente guardado en nuestro recuerdo, recuerdos que nos llenan de placer en los altos del camino, cuando nos disponemos abrevar el espíritu.

El Leone se había hecho una llave para levantar la compuerta del embalse del ariete, así lo limpiábamos, esta era una hermosa piletita donde aprendimos a nadar, cincuenta centímetros de agua eran suficientes para tirarnos de cabeza, lo que hoy parece nada, antes lo era todo, como cambian las cosas.





La Nélida mi vieja, se quedaba todo el tiempo combinando con El Abuelo en los Enero. El César solo permanecía los fines de semana y los quince días de vacaciones, el resto viajaba al trabajo diariamente, regresando al anochecer. Ya al oscurecer nos sentábamos en la galería para escuchar el ruido de los autos que se acercaban, jugábamos a identificar cuál era el Hudson del Viejo.

El Abuelo Felipe se quedaba todo un mes, El usaba una piecita pequeña que estaba en la galería, quizá había sido una cocinita en otros tiempos, recuerdo que tenía una pequeña lámpara de kerosene, también tenía un machete muy rústico para cortar leña, era rústico terminado a golpes en la fragua, pero con un buen mango de madera; lo llamábamos El Machete que mato a todos lo Indios.

El baño del tipo a puntería,¡pozo ciego seco sin agua! Era una pequeña construcción fuera de la casa, tenía unas pequeñas ventanitas para ventilación y una cortina a modo de puerta, algo extremadamente rústico, debíamos ser muy cuidadosos con la limpieza, todos los años El Abuelo hacía un cajón de madera nuevo forrado con chapa en su interior, que usábamos de sentadero y lo pintaba de blanco. Este recibía el apodo de “Caqueribe”. Un baño semejante hoy sería impensable, pero en el campo era común.



Era así el Abuelo también preparaba enseres para las vacaciones, quizá El también sentiría el cosquilleo en la panza por el entusiasmo ¡nunca le pregunté! En charlas de sobre mesa nos contaba sus historias de Italia, pasajes de la guerra del catorce y los cuentos del Chichirillo, recuerdo con mucho cariño al Abuelo Felipe.



Con Frecuencia Tía Teresita y su hijo Víctor, venían desde Buenos Aires en los veranos.

Ella era tía de mi mamá, casada con Carmelo, un hermano de Antonio su Papá. La relación entre ellas era tan buena que en sus viajes a Córdoba paraba siempre en casa.

Clara y frontal, se paraba en frente al Viejo D´Elia y la cantaba las cuarenta como decían las viejos, de carácter alegre generaba a su alrededor siempre buena honda. El Indio sobrenombre a medida de este terrible porteño divertido, seguía los pasos de la tía, siempre se le estaba ocurriendo hacer alguna cagada, nos llevábamos muy bien incluso con nuestros amigos.

En los veraneos eran moneda puesta en Cabana, se quedaban todo un mes. Con motivo de esta revisión histórica encontré varias fotografías donde aparece el Indio repetidamente, donde fuésemos ellos estaban, eran inseparables.



En aquellos tiempos, los varones después de cumplir siete años, debíamos hacer la primera comunión, de no ser así, entrabas en zona roja, pecado en puerta, ¡quién sabe en que podía terminar!

Mi hermano y yo habíamos cumplido con este trámite, pero mi primo Eduardo Fracchia (Manará) aún se resistía. Su mamá La Chicha Aiuto le comentaba a mi vieja, ¡No se que hacer! ¡no quiere ir ala catequista! imagínate vos, tus chicos son una monadita, pero este… ya ves!……y cosas por el estilo. Realmente Manará era un verdadero rebelde, pero solo en su casa.

En esos veraneos de Cabana, se le ocurrió a mi vieja incitarlo para que tomase la trascendental comunión; empresa difícil si las hubo, cosa de locos, pero a la vieja era muy difícil doblarle el codo, y así después de unas semanas de preparación, este loco, como decía mi vieja, estaba listo para el evento, parece que lo estoy viendo sentado en una piedra a la sombra leyendo el catecismo, increíble e inolvidable. La Nélida combinó con el cura de la iglesia Don Bosco, y entre ambos pudieron doblegar al rebelde Manará.

Noticia impactante, Chicha el domingo “venite” porque Eduardo toma la comunión, ……traele algo de ropa más arreglada.

La Chicha y su hermana Antonia no lo podían creer, El Nino preparó la chata Chevrolet del veintisiete, trajeron de todo para la fiesta, vinieron todos los parientes incluido el Tío Pascualín que con sus setenta y pico de años, en un partido de “fulbo” que se armó, lo pusieron de arquero, decíamos que atajaba de memoria. Fue una fiesta de aquellas, con mucha gente.

Figura inolvidable la de Manará, con su campera gris de gabardina, pantalón corto un moño en el brazo, el catecismo y un rosario de Adriana en la mano. Recuerdo que el cura le regaló unos caramelos, sin saber que, estaban llenos de hormigas. Una vez más la Nélida mostraba que Eduardo era dócil y obediente………con seguridad, alguna debilidad tenía por los chicos.



Personajes inolvidables de Cabana que con los años fuimos incorporando. Aún escucho dentro en mis recuerdos y extraño con mucho cariño ese amigo, que fue Guillermo Mousampe. Las marchas militares se dejaban oír desde lejos, para saber que El, estaba allí. Alto de ojos azules con birrete militar siempre limpio educado y bien puesto, con su bolso de tela en bandolera yendo a la carnicería para hacer las compras.

Su misión militar era la de custodiar la zona. Tenía un ejército de soldaditos de plomo, una colección nunca vista, ordenada por regimientos en su vitrina, un Mausrer con bayoneta, una bandera de ceremonia y una serie de banderines colocados en la pared. Todo perfecto, Cabana, su ejército, su vida.



Guillermo estaba, en cada cumple años, coincidente en verano, pertenecía a nuestro grupo,….. pero solo en los veranos.



Pasaron los años y la vida nos llevó por largos caminos, pero un día, sentí necesidad de volver a los orígenes, llegué a Cabana, lo busque pero ya no estaba…… la vida me había quitado un pedazo de Historia.



Debiéramos hacer un recordatorio para Guillermo, que en algún lugar estará marchando las diversas músicas que con sonido de trompeta y a boca cerrada, solíamos escuchar.



*Blanca M.: según cuenta esta verdadera usina de recuerdos, Guillermo fue abandonado por su madre siendo muy chico, a unos cuatro años, su padre estaba enfermo por una adicción a la bebida, y salvaba la situación la abuela, una viejita francesa que los acompañaba; poca contención de su padre tendría ese niño que ya mostraba algún signo diferente. Cabana les sirvió de refugio, por más de cuarenta años. Guillermo estuvo acompañado por una pareja de caseros muy apegados a El. Al morir su padre y en ausencia de su abuela ya fallecida, apareció nuevamente su madre, acompañado por un abogado bastante más joven, tomó posesión de la situación y comenzó por vender toda la leña del monte que los circundaba y varios terrenos por la zona de Unquillo y Mendiolaza. Algunos años después trata de trasladar a Guillermo a la zona de Buenos Aires, ante tal comentario este le dice que no lo ponga en ningún instituto; con la excusa de ir de vacaciones lo lleva a un instituto y al llegar Guillermo le dice que lo ha traicionado. Estos relatos son transmitidos por Teresita que al enterarse viaja a este lugar para visitarlo, portando a la vuelta, las malas noticias.

Guillermo podía mantener conversaciones con la gente del lugar correctamente, solo se dispersaba ante temas militares, ¡quien sabe el porque!, pero en otros campos era coherente, comentaba por ejemplo, Claro después de cuarenta años vuelve, nada tiene que hacer aquí, La Paya y (otra señora que no recuerdo el nombre) son mis Mamás, no Ella que recién viene. ¡Que triste!



Mi viejo Gringo respetuoso de la tierra en que vivía, nos mandó a Eduardo y a mi a estudiar baile Folklórico, también a mi hermana Sordomuda Nelly, al poco tiempo todo el grupo asistía al la academia “El Cardón” de Beba Novillo.

Todos juntos sin distinción, amigos y primos, nos juntábamos en el patio de cemento de la hostería Bonelli, junto al farol de hierro central, allí bailábamos vestidos con trajes típicos entre una cantidad de turistas allegados al lugar. Angelita con su voz de tango, siempre amable nos ofrecía algunas gaseosas, aquellas recordadas Zumol, Crusch ó Bidú.

En la hostería había dos perros, una pareja de doberman, muy amigables la Yata y el Dandy, en cuanto llegábamos de vacaciones aparecía por el rancho. Estampa típica del lugar, Don Diana, pareja de Angelita, viuda de Bonelli, parecía salido de alguna historieta tanguera, se solía peinar con gomina todo estirado para atrás con bigotes finos, se sentaba en el comedor a leer el diario, poca pinta de laburador,….. eso sí El cargaba los sifones; en una piecita entre la cancha de bochas y la pileta,… siempre con sombra y muy fría.

El comedor tenía algunas pocas mesas, un mostrador heladera de madera, una vieja cortadora de fiambres y creo que otra heladera de cuatro puertas ubicada al fondo del salón.

Allí pude ver al Chango Rodríguez, tocando la guitarra en unos sillones en el patio donde bailábamos folklore, frente al comedor.



Tampoco puedo olvidar, al Sordo, este era un personaje que reparaba las cañerías y bombas de agua de la hostería, en el fondo, tenía su taller, donde estaba aljibe y el tanque de agua, hombre delgado siempre con gorra y como de esperar muy callado.



Don Pepe y Doña Mecha, viejos referentes, gente del lugar, tenían una familia grande, río arriba y río abajo encontrabas parientes Don Silverio, cerca de Don Bosco, Goyito, Herminio, La Paya, Julio y tantas personas más, desde luego, les nietas Blanca, Pocha, Norma y los hermanos más chicos; postales inolvidables en mis recuerdos, Don Pepe montado en la Baya, ó sentado en la galería del rancho, picando tabaco para hacer sus armados, a Doña Mecha trajinando con los quehaceres cotidianos, un gran horno de barro al lado y los enseres tallados en troncos, como las bateas para amasado del pan, morteros para maíz, y los otros cavados en piedra frente al rancho, que perdurarán en el tiempo.

Recuerdo que tenían un pequeño panal de abejas de miel rosada, en una pequeña caja colgada en la pared. Contaba Blanca que estas abejas, sellaban la puerta de entrada todas las noches a modo de protección de la colonia.

Las chicas de casa habían hecho una muy linda amistad con Blanca Pocha y Norma, el grupo era grande, Cristina, Susana, Mirta, Adriana Fracchia Adriana Martínez, Nelly, Adela, Yolanda y Graciela Perazolo, la relación en aquellos tiempos se daba entre las mujeres ó entre varones, existía un sutil división en nuestras andanzas, pero en las fiestas, cuando íbamos a pescar ó para juntar Peperina estábamos todos juntos.

De ellas aprendimos a conocer cosas del, campo, cuidarnos de las víboras, cortar Peperina sin sacar las raíces, ponernos barro en las picaduras de abejas, conocer la llegada de la creciente y tantas otras cosas cotidianas, Aún mantenemos lazos de amistad que por cierto trascienden a nuestros hijos.



Cabana tenía un servicio de transporte desde Unquillo, al que llamábamos El Local, éste funcionaba erráticamente, desaparecía con bastante frecuencia. Pequeños colectivos como con quince asientos, tenían final de línea en la hostería Bonelli, allí daban la vuelta alrededor de los árboles frente del bar y se aprestaba a regresar. En ocasiones traían diarios y revistas, transportaban la correspondencia y algunos pedidos de Angelita. En la espera de unos quince minutos, los chóferes, charlaban con Diana y tomaban algo fresco invitados por la casa.

Los viajeros se reunían, cerca del patio del bar, y en su primera parada a la salida de la hostería, estaba el portal de gruesas columnas, con dos bancos de material, y una marquesina con el nombre Hostería Bonelli.

Una vez cuando veníamos con Eduardo de Unquillo, a la altura de la subida antes de Pedro Borria, al destartalado colectivo se le perdió una bujía, tuvimos que bajar todos los pasajeros a buscarla, solucionado el problema pudimos seguir el viaje.



El monte de la cal, era sin duda un icono en la zona, desde la ruta a la altura de Mendiolaza, ya se divisaba la cuña blanca, una herida profunda en el cerro trabajado por el hombre, para nosotros El Monte de la Cal. Una cantera que en aquellos tiempos se explotaba, lugar que visitábamos de vez en cuando.

El deseo infinito de conocer nos llevaba por todas partes, expedicioneros incansables de sombrero y alpargatas, acumulando trofeos de piedras, helechos y Peperina.



Yendo para Unquillo, por el camino viejo, el del bajo, a un par de kilómetros, se encontraba un desvío a la derecha, continuando por este llegábamos a una casa, donde servían ricas tortas. Pertenecía a unos Alemanes, supe ir con mis viejos, el Tío Tristán la Tía Nena y los Yaryora, allá por los años cincuenta; mucho tiempo después regresé, pero solo encontré una abandonada granja avícola y algunas jaulas para la cría de conejos.



En aquellos años, se construyó entre Unquillo y Cabana, un complejo turístico muy importante considerando la extensión ocupada, casi del tamaño de una manzana. Un caserío de aspecto agradable con techos inclinados, edificado en una y dos plantas, conformado por pequeños departamentos muy cercanos unos a otros, con un diseño muy llamativo, el que se asemejaba a una aldea europea.

Al frente tenía un grueso muro bajo y una vereda acompañando toda la construcción, grandes arcadas en las entradas y bancos de mampostería, todo haciendo juego con el estilo construido. Al arribar impactaba el color blanco de la construcción salpicado de diferentes techos rojizos y varias escaleras de conexión.

La ubicación se realizó en un lugar privilegiado, donde el camino lograba tener unos doscientos metros rectos y planos, los que se arenaron especialmente. La construcción se hizo al frente de la ruta, sobre un terreno con pendiente, el que colindaba al fondo con el arroyo, de tal manera que este formaba parte del complejo. Allí sobre el cause del arroyo, se construyó una zona de esparcimiento para grandes y chicos, una gran pileta, y un hongo gigante en medio, algo desacostumbrado para la zona y la época, ofrecía una serie de mesas y asadores para los visitantes, los fines de semanas se organizaban bailes con orquesta, en una gran pista contraída cerca del arroyo, plantas con buena sombra y todo acondicionado para pasarla bien. Pedro Borria ese su nombre, estaba allí a la mano de todos, publicidad en diarios, reservas anticipadas, colectivo desde Unquillo, una verdadera perla en el camino a Cabana.



No tardaron en sumarse a la zona otros visionarios emprendedores, y pronto se edificaron sobre la margen del frente del camino y sobre la pendiente al cerro, tres ó cuatro buenas casas, en una de ellas se podía apreciar el excelente nivel construido, con formato circular al frente, columnas, apliques de cerámicas y bellos jardines; allí se abrió una casa de te muy distinguida, donde ofrecían masas y tortas a los visitantes, que con resto en los bolsillos podían acceder.



Sin lugar a duda, este lugar se perfilaba como el corazón de una nueva villa, un lugar para sumarse en su desarrollo.



La cantidad de visitantes llamaba la atención, algo nuevo, distinto, sería costoso, quizá para muchos impensable; mis Viejos lo miraban sin la intención alojarse pero decían, con todos estos Crios no podríamos venir, además tenemos el rancho de Cabana.

Los sábados y domingos era una romería, autos y colectivos revolucionaban la zona, no había lugar para estacionar, no podías acceder al río, el balneario estaba cercado, pasó a ser Propiedad privada, debías pagar una entrada para acceder al complejo.



En esos días una vecina de nuestra casa de Alto Alberdi, Doña Catalina Porta, y la Perla su hija habían planearos sus vacaciones allí, para lo que reservaron un departamento por quince días, la cosa no fue todo lo que esperaban, descubrieron que las pequeñas dimensiones de los departamentos resultaban oprimente, las comodidades no eran suficientes y el calor pasó a sir insoportable en esos departamentos de techos bajos y pequeñas ventanas, pensados quizá para otro tipo de clima. Lo cierto es que doña Catalina a la semana salió huyendo del complejo para refugiarse nuevamente en su casa de Alberdi.



Evidentemente algún problema presentaba este ambicioso proyecto, los años fueron implacables la brillantez fue desapareciendo, hasta su nombre perdió, pasó a ser Quebrada Honda; luego vinieron otros moradores ya permanentes y su aspecto avasallante y luminoso se esfumó.



Pasando de El Refugio, bajando a la derecha por el camino a los perales, se encuentra rodeada de altas pircas que amurallan el cerro, la Pileta de Bello, espectacular, profunda, y con un alto trampolín, al lado, otra pequeña transversal de menor profundidad. Pagando entrada, podías bañarte, disfrutar del predio, y tomar algunas bebidas frescas, claro eso pasaba allá en los años cincuenta, más adelante, estuvo cerrada, llena de barro y yuyos, una verdadera lastima.

Recuerdo haber estado también con el Tío Tristán Ríos Gómez, la Tía y los Primos del cariño Tomás, (Pito) Lalo y Miki, apodos que perduraron en el tiempo.



Para recordar apodos, y sobrenombres, el de mayor espectacularidad y ocurrencia, era el de Eduardo Fracchia, (Manará), que desarrollado se decía más o menos así, Manará patará chucará, comerá y mañana se morirá. Este apodo se lo puso el Hugo Zetti junto con un grupo de vagos, que no tuvo cosa más interesante que trabajar de Cura bautismal. Actualmente si uno pregunta en Alto Alberdi por Manara, todos lo conocen.



Uno de los paseos favoritos, era subir al cerro de la cruz, el que está en frente a Don Bosco, una vez el abuelo Felipe se acoplo al paseo, en aquella oportunidad Manará y yo, estábamos en penitencia, por lo tanto no fuimos de la partida; Cristina nos había alcahueteado, por una metida de pata de aquellas, habíamos orinado dentro de la botella que llevábamos en la caminata a Unquillo. Ya el la cima del cerro, se apoyaron a la cruz para sacar una foto y esta se vino abajo como la yegua de Soria (diría el césar); el abuelo decía que por esto, no se casarían más! Cristina de la desesperación hacía fuerza titánica para levantarla.



El Leone, tenía un especial aprecio por la casa de Cabana, también lograba sacar a mi abuelo Felipe durante todo enero cosa que no era fácil, dejaba su quinta, sus gallinas, los conejos y todo lo demás, amén de las peleas con María Weldi su segunda esposa. Nunca tuve claro si era para que se vaya ó para que se quedara!.

Lo cierto que en ese lugar se sentían muy bien, el Leone capitalizaba cada rato libre partiendo con todos nosotros a Cabana en el Hudson Terraplane.

Después de la muerte de mi viejo, allá por el 89, tuve la oportunidad de viajar con Ana María a Italia, por supuesto hicimos la recorrida de parientes y amigos de nuestros viejos. Tuve la oportunidad de visitar la casa de Rocchetta Tanaro, donde había nacido el César. Entre la emoción del encuentro, el lugar, los vinos que descorcharon, los festejos y la dificultad del idioma llego la noche sin darnos cuenta. Al día siguiente, en una mañana hermosa y con el espíritu lleno de gozo salí al patio a echar un vistazo, fue grande mi admiración cuando descubro el parecido que guardaba ese lugar con la casa de Cabana, la barranca, los cerros, la vegetación, todo lo que veía me hacía relacionar; miraba y pensaba, ahora entiendo aquel amor por Cabana, encontraban allí una postal viviente de su tierra, útero materno de su distante patria, que los viera partir, en circunstancias tan desfavorables.

Esta casa estaba construida en dos plantas, típica del mil ochocientos ochenta, con varias habitaciones, sótano, altillo, prensas de vino, bardo lesas, cocina de laña y todo al estilo antiguo, un museo familiar, donde conservaban aún las fotos del primo Leone, (el primer leone que se tenía memoria). El pueblo, mostraba un caserío disperso, una pequeña capilla, parras bajas, algunas colinas y gente con aspecto típico contadino italiano, como salidas de un cuento.



Cabana es fuerte, cercana y solitaria, amurallada por los cerros, resiste los embates de la gente. A pocos kilómetros de la ciudad, quedó fuera de los circuitos deseados por los veraneantes citadinos, la búsqueda cada vez más lejana. Las ansias de poner distancia, salvó a este paraje de la demoledora máquina de crecer.

De todas maneras era notorio ver vados y puentes de material sobre el río construcciones de piedra y hormigón, con tubos enterrados para el pasaje del arroyo, casas importantes de mucho tiempo atrás, obras estas hechas por gente de emprendimiento con y capacidad de inversión, obras que dejan ver el compromiso de aquellos por Cabana,…¡cosas de otros tiempos!.. Caminos empedrados, plantas añosas, toda una cultura para disfrutar, con la garra de aquellos hacedores.

De aquellas obras pujantes realizadas por visitantes y moradores quedan solo vestigios, el tiempo las fue doblegando una a una; ya en mis tiempos solo pude ver lo que quedaba.

En aquellos análisis juveniles, no comprendía esa dejadez, quizá a los descendientes no les interesó la continuidad, tal vez este sitio pasó de moda y otros lugares atrajeron su atención.

El tiempo transcurrido, fue más cruel aún, aprovechando esas virtudes de belleza y cercanía a la ciudad, hoy veo que personas que sin el espíritu de pertenecer, compran terrenos de oportunidad, y los dividen en pequeñas parcelas como si fuese un barrio de ciudad, sin ningún tipo de servicios ni legalidad urbanista, los ofrecen a la venta, pretendiendo solo rédito económico, ejerciendo una verdadera prostitución de la tierra.

Y aquí me acuerdo de esas estrofas Su cinto no tiene plata ni pa pagar mis recuerdos!, aves de paso inescrupulosas, que siembran la división entre los custodios vivientes de este verdadero tesoro.

Aunque nunca me afinqué, no tengo tierra ni casa en Cabana, no dejo por eso de bregar por la puesta en valor de su riqueza geográfica y cultural. Por eso en las curvas de mis días, me llego para aclarar mi posición y reivindicar mis convicciones, paso por Buffo, me llego a lo de Blanca Martínez a tomar unos mates y escuchar sus relatos, justo ahí donde pasábamos nuestros veraneos.

Considero que faltan dirigentes genuinos que descubran la identidad se ese lugar y se levanten en defensa de lo que han atesorado tanto tiempo, presentando ideas ante los gobernantes regionales, solicitando apoyo para esa noble gestión.



Encausando nuevamente el relato, Ya por el sesenta y siete, el Leone tenía un Chevrolet 46 Fleetmaster, el Chivo, negro como la mayoría; Eduardo y Yo ya lo manejábamos; para congraciarnos y lograr que el viejo nos lo prestase, lo lavábamos; solíamos ir a Yacampi en Río Ceballos a bailar.

El Leone nos decía vayan con cuidado, manejen con Norma y Prudencia, las cargadas que esto desataba eran para alquilar balcones.

Un día para lavarlo decidimos llevarlo al arroyo, en la bajada de Pastrone justo en la entrada a Mousampe; quedándonos en medio del vado, lavamos el auto a baldazos limpios, luego ya dispuestos a volver, pusimos el motor en marcha, sorpresa fue al intentar mover el auto, éste no se movía, estaba frenado totalmente, que cagada!... luego de investigar, nos dimos cuenta que las ruedas estaban bloqueadas, con el julepe a mil, desorientados, no sabíamos que hacer. Se nos ocurrió liberar los patines de freno desde los reguladores, acostados en el vado con el agua a media rueda, fuimos liberándolos uno a uno, y de esa forma solucionamos el problema.

Evidentemente esa vuelta no obtuvimos el permiso para salir con el Chivo, pero al día siguiente Eduardo tuvo que llevarlo a lo de Don Supo para volver a regularlos.



Allí se maceraron muchas de nuestras inquietudes é ilusiones, llevamos a nuestros amores, con quienes queríamos vivir para siempre, aquellos viscerales y únicos que hacen galopar el corazón y que a veces nos quitaba el aire para respirar; ofrecíamos todo,…. solo por pertenecer.

Ana María fue mi compañera desde entonces, José con la Nelly, Marisa con Eduardo y así una cantidad de parejas se armaron en Cabana;…..tiempos añorados, imposible olvidar. Pareciera que todo fue ayer,….pero hoy, descubro que Ayer, es la palabra más larga que conocí.



Era costumbre en aquellos tiempos, festejarle a los varones el cumple de dieciocho y a las mujeres a los quince. En mi caso no quise fiesta y en cambio quería tener un auto viejo, cosa de locos; un día por el camino viejo del Chateau Carreras, vimos con Manará un Ford “T” al que no dudamos hacerlo parar, Lo Vende? dijimos, luego de segundos interminables, el señor dijo puede ser!, cuanto pide? y.. no sé .. Cuarenta y cinco, ….miles,…. si claro!.

Ya estaba, lo habíamos encontrado, solo faltaba decirle a la vieja!.

Por aquellos años la cosa en casa no estaba muy fácil que digamos, pero como de costumbre, los viejos hicieron un gran esfuerzo y me lo compraron.



Lo desarmé todo, y poco a poco con la ayuda del Abuelo Felipe, Manará y las finanzas del Leone, lo restauramos completamente; fue como tocar el cielo con las manos, ¡ya teníamos independencia!, en el llegábamos a Cabana con nuestras novias, la cosa era completa, auto, juventud y tiempo, todo estaba de nuestro lado, Que tiempos aquellos!.



Con Ana María pasamos nuestro tiempo de novios, sus padres le autorizaban venir solo por que nos acompañaban los viejos, así era la cosa; guardamos recuerdos y fotografías memorables, destaco especialmente aquella de Ana, con cara de enamorada en la torre de Buffo, juntos soñamos y proyectamos nuestra vida. Nos casamos en el setenta y allí pasamos incluso nuestra luna de miel, así despegó nuestro vuelo, y entre cúspides y quebradas tuvimos cuatro hijos varones, ya somos catorce, nacieron cinco nietos, y como era de esperar, tenemos varios viajes a Cabana y Buffo.



Retomando el hilo, y como de costumbre de referencia la hostería, sobre las izquierda, cien metros más adelante, estaba la casa del dispensario, siempre vacía, con los años, La Paya y Herminio Martínez, pusieron un almacén, El Alto, realmente el primer almacén como la gente, bebidas frías fiambres y todo lo necesario podías encontrar.

Para este tiempo nuestro grupo había crecido y comenzamos a volar por nuestros rumbos elegidos, fuimos desapareciendo paulatinamente de Cabana, solo después de algunos años ya con hijos, retornamos, uno a uno, la añoranza sentida nos trajo de vuelta, debíamos volver, como si esa fuese la casa de los viejos, con un nudo en la garganta quisimos contarle a los nuestros donde pasábamos aquellas inolvidables vacaciones,………. Pero las cosas cambiaron, ya nos resulta difícil transmitir nuestras experiencias, hoy nos parece todo más chico, el encanto desapareció, la hostería Bonelli no está, el Almacén El Alto cerró, el tambo de Berta está lleno de yuyos, el arroyo ni se ve, está tapado de vegetación, no hay más vacas, pastando, las piedras del camino son más notorias, el rancho de Don Pepe y Doña Mecha está derruido, … y yo me pregunto donde está todo!…..quiero mostrarle a los míos lo que les conté……..todo fue cierto! ..Yo lo viví…. Estuve aquí!……pero la impotencia me invade, …...por que no vine antes?,….. donde estuve?.….....apesadumbrado con las manos en mi cabeza me pregunto, que pasó?....... pasó de todo….… pasó la vida!, ………sin decir nada,……. con mis manos asiento las canas.



Vaya estos recuerdos para el lugar de mis raíces…Cabana

1 comentario:

  1. Magnífico Rodolfo. Te invito a que lo compartas en la pagina " Unquillo Retro " de facebook.

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